Cultura

May 31, 2020 19:32:11       2764        0

Benito Taibo: la literatura contra los monstruos de la realidad

Vidas extraordinarias

 

Por Mario Bravo Soria

[La sección de Cultura de Notimex tuvo la oportunidad de charlar con el novelista Benito Taibo, que ha dedicado una vida entera a salvaguardar las palabras…]

 

México, 30 de mayo (Notimex).— El personaje central de Las alas del deseo, aquel filme de Wim Wenders, le dice a su colega, otro ángel, que siempre han fingido beber vino, comer cordero asado, dislocarse la cadera en una pelea o pescar en compañía. Él anhela volver a casa después de un día pesado, tener fiebre, mancharse las manos de tinta al leer el periódico, dar de comer al gato, suponer en lugar de saberlo todo… sentir como lo hace una mujer o un hombre y no ser, simple y llanamente, ángeles.
      Damiel, el ángel que viste siempre de negro y sólo puede reconfortar a los seres humanos cuando se sienten decaídos, quiere vivir, sentir dolor y alegría, no ser eterno sino fugaz, como cuando besamos esos labios rojos y afilados que nos harán caer al vacío. Sentir y no ser eternos, como cuando abrazamos a esa recién nacida y el corazón se nos sale del pecho; sentir la soledad de una sala de espera en un hospital; la extranjería en una ciudad desconocida, Buenos Aires o Madrid; sentir la felicidad fugaz como cuando esa persona dobla la esquina en cierta calle e ilumina la acera y tu vida. Desear como quien no sabe cuándo morirá.
      ¿Quién renunciaría a la eternidad por un momento de heroicidad en los labios del ser amado? ¿El cielo o la Tierra? ¿Inmortales o frágilmente efímeros? ¿Siempre o sólo hoy? ¿Unos segundos para sentir que tomamos el cielo por asalto o la eternidad llena de días repetidos, uno tras de otro, como en un baile de hojas arrancadas al calendario? Si estamos aquí es porque hemos decidido renunciar a la eternidad y nos volvimos humanos… fugaces… indefensos… con tan sólo unas cuantas palabras, relatos, recuerdos en nuestra memoria y días dulcísimos que atesoraremos hasta que nuestro corazón deje de latir. Caímos y elegimos la vida, para morir, tarde o temprano. ¿Qué vence a la muerte? Quizá… la literatura, dice nuestro entrevistado Benito Taibo (Ciudad de México, 1960).
      Miembro de una familia en donde las palabras son invitadas de honor a la mesa, Benito Taibo invita a vivir vidas extraordinarias. Corrijo: no sólo invita, sino le recuerda al lector que todos tenemos derecho a vivir una vida extraordinaria, aunque sean únicamente unos minutos donde le arrebatemos al absurdo y a la muerte tan sólo breves momentos de eternidad, que ya sabemos no se halla en los cielos sino aquí abajo, en ciertos ojos, en cierta sonrisa, en el sabor del vino o en la página final de tu libro preferido.

 

Siempre había un lugar para la belleza

—Usted proviene de una familia en donde las letras, la literatura y el arte estuvieron siempre presentes. ¿Qué recuerda acerca de su infancia con relación a los libros?
     —Fue muy emocionante, pero antes de los libros como objeto físico, la literatura estuvo presente en la voz y boca de mis padres. Todo el tiempo estaban diciendo poesía, a la mínima provocación, como una suerte de bálsamo para las heridas de los tiempos que corrían. Estamos hablando de finales de la década de los sesenta, yo tenía ocho o nueve años, ahí estaba en mi oído todo el tiempo el Siglo de Oro con Garcilaso, Quevedo, la Generación del 27, Alberti, Cernuda, todos… si cierro los ojos en este instante, escucho la voz de mi padre diciendo “Estar cansado tiene plumas / plumas graciosas como un loro”, de Cernuda o a mi madre recitando “Ven, mi amor, en la tarde de Aniene / y siéntate conmigo a ver el viento”, de Alberti, o “La cebolla es escarcha / cerrada y pobre: escarcha de tus días / y de mis noches”, de Hernández.
      “La poesía era una constante, era la demostración fáctica y tácita de que por más terrible que fuera el alrededor, siempre había lugar para la belleza. Lo dice maravillosamente uno de mis maestros: Luis Rius: No se puede vivir como si la belleza no existiera. Todo el tiempo se hablaba de poesía, mi madre recitaba trozos inmensos de cosas sorprendentes. El embrujo de las palabras entra primero por el oído… y no sólo el embrujo de la poesía sino también las historias que nos determinan y nos cuentan quiénes somos y de dónde venimos, cómo fue que nos salvamos en esa helada enorme y pudimos encontrar a los venados que lograron que la tribu sobreviviera. Y desde esa hoguera paleolítica a la cocina medieval y de ahí a la cocina de nuestros tiempos fuimos sabiendo quiénes éramos, y lo importante que la literatura era para nuestras vidas”.

 

Todas las historias del mundo han sido contadas

—Su familia proviene de un exilio…
      —Y lo único que trajeron de ese exilio fue su enorme biblioteca. Las cosas materiales nunca fueron importantes en mi casa como fórmula para la perpetuación de eso que era importante: la cultura como piedra fundamental de toque para la creación de la personalidad.
      —En su caso usted es un escritor, pero tiene un hermano, Paco Ignacio Taibo II, que ya estaba escribiendo antes de usted; y su padre ya era un hombre de letras y un escritor consolidado en este país antes de que Benito Taibo comenzara en la literatura. ¿Cómo se animó a arrojarse al precipicio y escribir?
      —Siendo muy inconsciente. Por eso elegí la poesía, porque me pareció que el territorio de la narrativa ya estaba muy copado por mi padre y mi hermano. Me parecía que no había demasiados estantes en los libreros de mis amigos para otro libro de narrativa, por eso empiezo escribiendo poesía; pero es hasta los 49 años que decidí escribir mi primera novela por un motivo esencial: por pudor y una convicción esencial… no puedes ser un escritor si antes no has sido un lector. “Todas las historias del mundo han sido contadas, el tema es encontrar tu propia voz para contar esas historias que nos acompañan desde el principio de los tiempos. Y para hacer eso necesitas haber conocido las otras voces”.

 

El embrujo de las palabras

—Pareciera que cada escritor tiene una melodía que suena de fondo, una historia en la cual se centra su biografía y su literatura. Uno piensa en García Márquez y dices “Macondo está en todo”; uno piensa en Kafka y piensas en un hombre que, repentinamente, un día se despierta y está convertido en un escarabajo. ¿Cuál es la melodía que está detrás de la literatura de Benito Taibo? 
      —¡Qué gran pregunta! Es difícil de contestar porque ha habido libros determinantes. La melodía tiene que ver con los sonetos... si hay algo que me reconcilia con el mundo son los sonetos, particularmente los del Siglo de Oro: Polvo seré, mas polvo enamorado… cada vez que se dicen en voz alta, el embrujo de las palabras hace que sientas esa pertenencia a la tribu. Que estés consciente que, gracias a esas palabras determinantes, se ha hecho tu formación sentimental.
      —Hablando de esa educación sentimental me viene a la mente su libro Persona Normal [2018] y una frase que usted repite en torno a dicho escrito: todos tenemos derecho a vivir vidas extraordinarias. Es casi como el mantra de esa novela. ¿Cuál sería para Benito Taibo esa vida extraordinaria que soñó desde niño al habitar en la colonia Condesa de la Ciudad de México?
      —Cada vez que abro un libro, vivo una vida extraordinaria. Me da la posibilidad de meterme en otra piel, ver con otros ojos, sentir de otras maneras, quitarme las veladuras y los atavismos de las educaciones formales que hemos recibido. Todos tenemos derecho a los sueños, a la imaginación y a la fantasía. Aunque sea un chispazo, esos diez segundos que te determinan para el resto de tu vida, el momento en que levantas el puño en medio de la manifestación y dices ser parte de una tribu y quieres que las cosas cambien. Intento encontrar lo extraordinario en lo ordinario. 

 

No somos islas, sino comunidad

—Su familia proviene de un exilio…
     —Y lo único que trajeron de ese exilio fue su enorme biblioteca. Las cosas materiales nunca fueron importantes en mi casa como fórmula para la perpetuación de eso que era importante: la cultura como piedra fundamental de toque para la creación de la personalidad.
     —En su caso usted es un escritor, pero tiene un hermano, Paco Ignacio Taibo II, que ya estaba escribiendo antes de usted; y su padre ya era un hombre de letras y un escritor consolidado en este país antes de que Benito Taibo comenzara en la literatura. ¿Cómo se animó a arrojarse al precipicio y escribir?
      —Siendo muy inconsciente. Por eso elegí la poesía, porque me pareció que el territorio de la narrativa ya estaba muy copado por mi padre y mi hermano. Me parecía que no había demasiados estantes en los libreros de mis amigos para otro libro de narrativa, por eso empiezo escribiendo poesía; pero es hasta los 49 años que decidí escribir mi primera novela por un motivo esencial: por pudor y una convicción esencial… no puedes ser un escritor si antes no has sido un lector. “Todas las historias del mundo han sido contadas, el tema es encontrar tu propia voz para contar esas historias que nos acompañan desde el principio de los tiempos. Y para hacer eso necesitas haber conocido las otras voces”.

 

El embrujo de las palabras

—Pareciera que cada escritor tiene una melodía que suena de fondo, una historia en la cual se centra su biografía y su literatura. Uno piensa en García Márquez y dices “Macondo está en todo”; uno piensa en Kafka y piensas en un hombre que, repentinamente, un día se despierta y está convertido en un escarabajo. ¿Cuál es la melodía que está detrás de la literatura de Benito Taibo? 
    —¡Qué gran pregunta! Es difícil de contestar porque ha habido libros determinantes. La melodía tiene que ver con los sonetos... si hay algo que me reconcilia con el mundo son los sonetos, particularmente los del Siglo de Oro: Polvo seré, mas polvo enamorado… cada vez que se dicen en voz alta, el embrujo de las palabras hace que sientas esa pertenencia a la tribu. Que estés consciente que, gracias a esas palabras determinantes, se ha hecho tu formación sentimental.
     —Hablando de esa educación sentimental me viene a la mente su libro Persona Normal [2018] y una frase que usted repite en torno a dicho escrito: todos tenemos derecho a vivir vidas extraordinarias. Es casi como el mantra de esa novela. ¿Cuál sería para Benito Taibo esa vida extraordinaria que soñó desde niño al habitar en la colonia Condesa de la Ciudad de México?

     —Cada vez que abro un libro, vivo una vida extraordinaria. Me da la posibilidad de meterme en otra piel, ver con otros ojos, sentir de otras maneras, quitarme las veladuras y los atavismos de las educaciones formales que hemos recibido. Todos tenemos derecho a los sueños, a la imaginación y a la fantasía. Aunque sea un chispazo, esos diez segundos que te determinan para el resto de tu vida, el momento en que levantas el puño en medio de la manifestación y dices ser parte de una tribu y quieres que las cosas cambien. Intento encontrar lo extraordinario en lo ordinario. 

 

No somos islas, sino comunidad

—Usted menciona los momentos y actos extraordinarios, me suena muy similar a lo que vive el personaje del ángel de la película Las alas del deseo [1987], que renuncia a una vida eterna para ser un humano y sentir el sabor del café durante la mañana, oler un perfume, saborear el pan recién horneado y experimentar el cálido abrazo de alguien querido. ¿Usted qué momentos busca? Recuerdo esa frase que Ilsa le dice a Rick en Casablanca [1942]: “El mundo se derrumba y nosotros nos enamoramos…”
     —¡Qué buena frase! El mundo se derrumba todos los días y se reconstruye. Siempre hay un atisbo de luz y de esperanza en un chavito que se te acerca y dice: “A mí los libros me cambiaron la vida”. Poder transmitir esta sensación de que el contenido de un libro es el universo... esa es la mejor manera de mirarnos a nosotros mismos, es un constructor de personalidad. El mundo se derrumba y, sin embargo, la llama que nos guía está presente en cada uno de nosotros, cuando descubrimos que no somos islas sino parte de una comunidad.
     —Sigo pensando en Persona Normal. Ese legado que el tío Paco deja en Sebastián es eterno, aunque el cuerpo enferma, muere y desaparece. ¿A qué aspira Benito Taibo respecto al legado que dejará a través de sus libros?
     —No aspiro a dejar ningún legado. Aspiro a ser la mejor persona que pueda ser y en eso empeño muchos de mis esfuerzos. Cuando muera seré cremado, pero si a alguien se le ocurre poner una lápida, le ruego que diga: Benito Taibo, lector. Es de lo que más orgulloso me siento. Como decía Borges: Estoy mucho más orgulloso de lo que he leído que de lo que he escrito.
      

Somos animales que podemos contar nuestros sueños

—Ahora que habla me parece que, más que un escritor, usted es un hombre de palabras. El registro oral de la palabra está muy presente en su vida.  No solamente en los libros que ha escrito, sino incluso en su paso por Radio UNAM. Lo oral también es una trinchera suya…
     —De ahí venimos. Somos el pueblo de la palabra y habitantes del mundo del libro. Con esto que acabas de decir, lo primero que se me viene a la mente es Fahrenheit 451 [1953]Cuando ya nada se espera personalmente exaltante, habrá alguien que recuerde, palabra por palabra, el Quijote y perpetúe de esa manera eso que somos, de dónde venimos, cómo las palabras nos han hecho ser quienes somos. Somos seres de palabras, animales que soñamos, y animales que podemos contar nuestros sueños. Los sueños están ahí presentes y lo único que debemos hacer es tener los ojos bien abiertos para que sucedan las cosas…
     —Me parece que en algún programa donde apareció con Sandra Lorenzano, en su estudio junto con sus libros se mira frente a usted una fotografía de Víctor Hugo… ¿ese momento de creación suya cómo es? ¿Se refugia en la inspiración?
     —No, tiene que ver con el oficio. Yo vengo del periodismo, no tengo el temor de la página en blanco porque sé que debo de escribir. Mi formación periodística me ha ayudado enormemente en mi formación literaria. Me siento y escribo. La lógica es que, si vienen las musas, ojalá estés trabajando. Es un oficio que debes hacer todos los días. José Emilio Pacheco lo decía más bonito: Debes escribir con la goma de borrar. Si ves los primeros poemas de Pacheco y luego miras la última antología, los poemas de la primera versión son distintos. José Emilio fue quitando todas esas cosas que, con el paso del tiempo, fue dándose cuenta que eran innecesarias. Y no tiene que ver con la economía de las palabras, sino con saber cómo ponerlas en su lugar para que tengan el significado preciso que quieres darles.

 

La literatura es un reflejo de la realidad

—Las palabras. Viene de una familia que cuidó mucho las palabras, ya lo ha dicho. Con el nivel de violencia que se vive… un país caótico y bárbaro durante muchos momentos, ¿la literatura podrá salvarnos? 
      —Sin lugar a duda. La literatura existe porque el mundo no basta, decía Fernando Pessoa. Pero la literatura existe para encontrar en ella las armas y las herramientas de la ficción, para poder combatir a los monstruos de la realidad. Como es una generadora de personalidad, si tú lees a Dickens, Víctor Hugo o a Balzac encontrarás esos actos heroicos y transformadores que te hacen cambiar y ser quien eres. La literatura es un reflejo de la realidad.